Elevada varios metros sobre el suelo, serpenteando entre los edificios del barrio de Chelsea, la High Line es hoy en día uno de los parques urbanos más emblemáticos de Nueva York. Este jardín suspendido, que atrae cada año a millones de visitantes, no siempre ha sido la joya verde que conocemos hoy. La High Line nació de una historia marcada por la industrialización, el declive urbano y la resiliencia ciudadana. A través de este relato, profundizaremos en la evolución de este espacio que alguna vez estuvo destinado a los trenes de carga, antes de convertirse en uno de los espacios verdes más innovadores de la ciudad.
Los orígenes de la High Line: una respuesta a la industrialización
El contexto histórico del West Side de Manhattan
A principios del siglo XX, Manhattan está en plena expansión. El West Side, en particular, se convierte rápidamente en un centro neurálgico de la industria, dominado por almacenes, fábricas y terminales portuarios. Este rápido desarrollo va acompañado de un aumento de la demanda de transporte de mercancías. El barrio se ve entonces atravesado por convoyes ferroviarios que transportan alimentos, productos industriales y otros bienes necesarios para la ciudad. Desafortunadamente, esta situación también genera una serie de graves problemas de seguridad.
La circulación de trenes en las vías terrestres de la 10ª Avenida resulta especialmente peligrosa. Entre los años 1850 y 1930, muchos peatones son víctimas de accidentes, lo que lleva a que la calle sea apodada «Death Avenue«. La gravedad de la situación es tal que la ciudad contrata a «West Side Cowboys», hombres a caballo encargados de preceder a los trenes agitando banderas para advertir a los transeúntes. Sin embargo, esta solución temporal no es suficiente para resolver el problema.
La creación de la vía férrea elevada
En respuesta a esta situación crítica, la ciudad y la New York Central Railroad deciden actuar lanzando un ambicioso proyecto: la elevación de la vía férrea. Así, en 1934, se completa el West Side Improvement Project, que incluye la construcción de la High Line. Esta nueva línea ferroviaria elevada, de más de 21 kilómetros de longitud, permite eliminar las peligrosas vías terrestres y facilitar la circulación de mercancías.
La High Line conecta los almacenes y fábricas del West Side directamente con la red ferroviaria, atravesando incluso algunos edificios industriales para maximizar su eficiencia. Durante varias décadas, transporta toneladas de productos, de los cuales una gran parte está compuesta de carne y otros alimentos destinados a los mercados de la ciudad.
El declive y el abandono de la High Line
El cambio en los modos de transporte
Aunque la High Line experimenta una época de prosperidad después de su inauguración, la rápida evolución de las infraestructuras de transporte en los años 1950-60 reduce poco a poco su utilidad. El transporte por carretera, más eficiente y flexible, comienza a reemplazar al tren. La construcción de autopistas y el auge de los camiones permiten transportar mercancías directamente a los puntos de distribución, haciendo que las líneas ferroviarias urbanas, como la High Line, sean cada vez menos relevantes.
Cierre progresivo y abandono
Ante la disminución de la demanda, parte de la High Line es desmantelada en los años 1960, dejando el tramo restante en abandono. Este tramo se extiende unos 2,3 kilómetros, desde Gansevoort Street hasta la calle 34, en el corazón de Chelsea. La High Line se convierte entonces en un vestigio de la era industrial, invadida progresivamente por la vegetación y olvidada por los neoyorquinos.
En los años 1980, incluso se propone la demolición completa de lo que queda de la línea para dar paso a nuevos proyectos inmobiliarios. Pero a lo largo de las décadas, la naturaleza recupera su espacio sobre el acero y el hormigón, transformando esta vía férrea abandonada en un paisaje salvaje e inesperado.
El renacimiento de la High Line
La movilización para salvar la High Line
Es a finales de los años 1990 cuando la High Line encuentra a sus salvadores. En 1999, dos residentes del barrio, Robert Hammond y Joshua David, fundan la asociación «Friends of the High Line«. Se niegan a ver desaparecer esta estructura histórica y sueñan con convertirla en un parque público. En ese momento, su iniciativa parece una locura. La mayoría de los actores políticos e inmobiliarios desean la demolición de la estructura.
Sin embargo, gracias a su perseverancia, Robert Hammond y Joshua David logran reunir apoyo para su causa. Organizan eventos, peticiones y se reúnen con arquitectos y urbanistas para imaginar lo que podría llegar a ser la High Line. Poco a poco, logran captar la atención de los políticos locales, incluido el entonces alcalde Michael Bloomberg, quien apoya la idea de convertirla en un parque urbano.
Las primeras etapas de la transformación
Después de obtener apoyo político y financiero, comienzan los trabajos de diseño en colaboración con arquitectos de renombre mundial, como James Corner Field Operations, Diller Scofidio + Renfro, y el paisajista holandés Piet Oudolf. Su visión es conservar el espíritu industrial de la High Line, integrando elementos paisajísticos que reflejen el ecosistema salvaje que se había desarrollado naturalmente en la vía abandonada.
El proyecto es audaz, respetando los materiales y la estructura original, al tiempo que se añaden toques contemporáneos, como bancos integrados, caminos sinuosos y zonas de observación.
La inauguración y el éxito de la High Line
Inauguración progresiva del parque
En 2009, se inaugura la primera sección de la High Line, entre Gansevoort Street y la calle 20. Rápidamente, el éxito es rotundo. Neoyorquinos y turistas acuden en masa para descubrir este espacio suspendido único en su tipo. La segunda sección, que llega hasta la calle 30, se inaugura en 2011, seguida de la tercera sección en 2014, que alcanza Hudson Yards. El parque se convierte en un símbolo de la rehabilitación urbana, transformando una infraestructura antaño decadente en un espacio verde de relajación.
Un espacio verde reinventado
Lo que hace tan especial a la High Line es la forma en que combina historia industrial con modernidad ecológica. El parque conserva muchas de las características de la antigua vía férrea: los rieles aún son visibles en algunos lugares, armoniosamente integrados en las plantaciones. Piet Oudolf, conocido por su enfoque naturalista del diseño paisajístico, seleccionó plantas locales y resistentes, muchas de las cuales eran especies que habían crecido espontáneamente en la vía abandonada. Esta combinación de elementos salvajes y diseño contemporáneo crea una atmósfera única, donde la naturaleza parece coexistir con la urbanidad.
La High Line también ofrece vistas excepcionales de la ciudad. Desde sus pasarelas, se puede observar el río Hudson, los rascacielos de Manhattan y los edificios históricos del barrio. Los visitantes pueden relajarse en tumbonas, hacer un picnic o simplemente pasear mientras disfrutan de las obras de arte instaladas a lo largo del recorrido.

El impacto de la High Line en Nueva York
La revitalización del barrio
La apertura de la High Line ha tenido un impacto considerable en los barrios que atraviesa, especialmente en Chelsea y el Meatpacking District. Antaño marcados por una cierta desindustrialización, estos barrios han experimentado un verdadero renacimiento. Nuevos proyectos inmobiliarios ven la luz, transformando el antiguo paisaje industrial en un barrio residencial y comercial de lujo. Galerías de arte, restaurantes y tiendas de alta gama se instalan alrededor del parque, atrayendo a una población más acomodada y dinamizando la economía local.
El Whitney Museum of American Art, por ejemplo, se trasladó al pie de la High Line en 2015, lo que refuerza aún más el atractivo cultural del barrio. La proximidad de este museo emblemático y de la High Line contribuye a convertir este espacio en un polo artístico y turístico de primer orden.
Un modelo para otras ciudades
El éxito de la High Line no se limita a Nueva York. Su modelo ha inspirado a otras ciudades en todo el mundo. París, por ejemplo, ya había inaugurado la Promenade Plantée, un proyecto similar, en los años 1990. Otras ciudades, como Chicago y Ciudad de México, también han emprendido la conversión de infraestructuras abandonadas en parques elevados.
La High Line se ha convertido en un referente en términos de rehabilitación urbana sostenible. Demuestra que es posible reinventar un espacio industrial obsoleto en un lugar de vida, respetando al mismo tiempo la historia y la ecología. También es un ejemplo de cómo la colaboración entre ciudadanos, políticos y urbanistas puede transformar una ciudad.
La historia de la High Line es la de una metamorfosis. Lo que una vez fue una vía férrea destinada al transporte de mercancías ha sido transformado, gracias a la iniciativa ciudadana y a la ingeniosidad arquitectónica, en un parque elevado único en el corazón de Nueva York. Símbolo de la capacidad de reinvención de la ciudad, la High Line es hoy un espacio de paseo, relajación y cultura, y un modelo mundial de rehabilitación urbana. Es una historia que recuerda la importancia de preservar y transformar nuestro patrimonio en beneficio de las generaciones futuras.